Reposera amarilla, reposera blanca

Tengo un nombre, un único cuerpo y, a partir de eso, suelo creer, una vida, una sola. Pero el tiempo bajo el sol en algunas reposeras ha removido de la arena de mi alma, otra vez, esa imposible o absurda o estúpida o única pregunta: ¿soy esto: un cuerpo con nombre? Porque a veces creo que un nombre y un cuerpo estallan en infinitos puntos que se pegotean en cada oído o mente o espíritu o abrazo de un supuesto otro, con una forma y una consistencia móvil, cambiante, y que allí me demuestran (o le demuestran al universo, dado que yo ya no sería un yo particular) que no existo como unidad ¿Esto que soy es algo único? Los puntos infinitos que forman pegotes distintos en cada uno de los que no son yo ¿no son acaso un modo o una parte de lo que soy? Las ideas y recuerdos que se tienen de mí ¿no son más parecidos a mi esencia que un cuerpo con nombre mirado desde adentro? ¿No soy, acaso, las posibilidades que surgen de todos los retazos e imágenes que el mundo tiene de mí? ¿No soy, acaso, todo aquello que no soy y que en su distancia me completa sólo porque sé que puede existir ahí afuera, en algún lugar, algún día? ¿No soy, acaso, lo que los otros saben de mí y que yo creo que no saben, los secretos que no he revelado pero que mis gestos publicitan sin pudor? ¿No soy, acaso, las miserias que con dedicación he derramado de a gotas en quienes me conocen, evitando vomitarlas en una ebriedad sin control de una vez y para siempre?

1 comentario:

Margot, la esquiva dijo...

Ay, lo que puede hacer un poco de sol. Basta dibujarse en la retina y con los ojos cerrados el recuerdo de su silueta fosforescente para repensarse nuevamente, y se va la segunda, y la tercera.
Y cada vez el muy tránsfuga (por sus engañifas y porque se fuga cada noche a espaldas de La Luna) te promete que después de él, todo se resolverá, que este año se sabrá más claro lo que es claro y lo que es oscuro. ¿O sólo será el calor, o sólo será el estío?